Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet, inaugura la Seminci con un cataclismo barroco y genial sobre el suicidio, la nada y el amor

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Uno de los primeros juegos de un niño es la muerte. Suena tétrico y, en verdad, no es más que algo tan sencillo como ponerse la mano en el pecho, en la herida imaginaria de un disparo igual de irreal, y, tras exclamar en tono afectado algo así como «me muero», dejarse caer al suelo con los ojos cerrados. Los niños siempre cierran los ojos cuando se fingen muertos porque sospechan tal vez que dormir y morir es territorio de los sueños. Cuando un niño juega a morir, en realidad juega a ser otro de manera radical porque la muerte es, por definición, lo otro, lo irrepresentable, lo ajeno. El niño muere de mentira porque esa es la única y verdadera manera de acercarse quizá a lo único imposible. Suena tétrico y es solo un juego. Polvo serán‘, de Carlos Marqués-Marcet, se puede entender como un juego o como simplemente una representación. O las dos cosas. O incluso como una de las últimas obras maestras de la provocación. Una mujer decide morir. La enfermedad le acosa. Su amante decide seguirla. El amor le puede. Y juntos mueren de manera voluntaria, que no exactamente feliz. O sí.

La Seminci en su edición 69 decidió dejar su inauguración en manos de este poético, despampanante y desangrado monumento al límite de todos los fines posibles. Esto sí es empezar por el final. La película viene de ganar el mayor honor en la sección Platform del Festival de Toronto y, no sé sabe aún por qué, completa junto a ‘Los destellos’, de Pilar Palomero, y ‘La habitación de al lado’, de Pedro Almodóvar, una rara y soberbia trilogía sobre, efectivamente, la muerte. Aunque en verdad, sería más sensato hablar de exaltación de la vida al borde mismo de esa misma muerte. Pero más allá de casualidades y premios, lo que realmente trae al espectador la última propuesta del director de ‘10.000 KM’ o ‘Tierra firme’ es el milagro de un musical en la más clásica de las tradiciones confeccionado como una tragedia en el más heterodoxo de los formatos. Suena tremendo, desproporcionado y algo sacrílego y, en efecto, lo es. Es eso y es simplemente un juego, el más irrenunciable y triste de todos ellos.

Se cuenta la historia de una mujer a la que da vida con la misma voz rota de siempre una descomunal Ángela Molina. Padece una enfermedad terminal. Quiere ir a Suiza y allí representar su muerte con la ayuda de una asociación de suicidio asistido. Pero hacerlo para siempre. No es tanto representación como solo muerte. Su marido y compañero durante más de 40 años se niega a quedarse solo. Y la acompaña de la única manera que se acompaña a alguien que muere. Muriendo. Detrás quedan una familia y muchas más cosas, detrás queda una vida entera que, pese a ellos, contra ellos y con ellos, sigue.

Marqués-Marcet toma el camino contrario, por así decirlo, al que anduvo en ‘Los días que vendrán’. Entonces, se trataba de seguir, de teatralizar, la llegada un hijo, de un hijo de verdad en la carne de unos actores de verdad con un parto de verdad. Y hacerlo desde esa convención y código formal que el tiempo ha dado en llamar realidad. O verismo, incluso, Se trataba de representar la irrupción de la vida desde la misma vida. Y ahora la pregunta: ¿cómo se representa la muerte, es decir, lo irrepresentable? Y es ahí donde la respuesta del ‘Polvo serán‘ brilla en toda su grandeza. Como los niños del principio, como nos enseñó el barroco tan español y tan obsesionado con la muerte, ‘Polvo serán‘ se ofrece como una representación consciente de su carácter de representación (de ser otro). Y ante los ojos sorprendidos de la audiencia, de la mano de la partitura obsesiva y eléctrica de María Arnal y las coreografías encendidas y quebradas del colectivo La Veronal, la película deviene deslumbrante musical, el más irreal de los géneros, el más artificioso, el más consciente de sí. Representación de representación.

Cuenta el director que todo empezó con un taller sobre el escenario con dos actores que decidieron morir de forma voluntaria (no lo llamen suicidio) en su vida (la real) al otro lado de la cuarta pared (en la vida, sin más). Es decir, la idea era convertir en ficción la muerte que iba a ser de verdad. Eso o, de otro modo, se trataba de poner en escena lo que iba a pasar sin remedio. De repente, el proyecto de película que navegaba entre la metaficción, la ficción y la misma vida (más barroco imposible) se truncó por enfermedad de los protagonistas. «Tuvimos que hacer un duelo a aquella producción», confiesa, «hasta que de forma natural surgió esta otra idea». Es decir, exacerbar la representación hasta el límite de la mano de un guion entre el propio realizador, Clara Roquet y Coral Cruz. Si se pierden, no me culpen. Hasta la fecha nadie ha sabido explicar muy bien la muerte.

El realizador Carlos Marques-Marcet entre Ángela Molina y el Alfredo Castro en la presentación en Valladolid de 'Polvo serán'.
El realizador Carlos Marques-Marcet entre Ángela Molina y el Alfredo Castro en la presentación en Valladolid de ‘Polvo serán’.Nacho GallegoEFE

La película quiere hacer suyo, y robar incluso, del musical más clásico que Mark Sandrich rodara con Fred Astair y Ginger Rogers la gracilidad y soltura para nunca romper la acción, para que todo fluya. Y hasta se atreve a citar a Busby Berkeley en sus coreografías hipnóticas tan alejadas del mundo como cerca de las estrellas. Y todo ello organizado alrededor de una tragedia de aire clásico tan profunda en su desgarro como elegante y grácil en las formas, tan luminosa como inquietante. No se trata de adoctrinar sino de simplemente atreverse. Y ahí su mayor virtud. ‘Polvo serán’ (la cita al más nihilista de nuestros escritores barrocos no es casual) es antes de nada un ejercicio de riesgo al límite de todo: de lo comprensible, de lo sublime, de lo ridículo, de lo terrorífico y hasta de la carcajada.

Para Marqués-Marcet todo ha cambiado desde la pandemia. «Nuestra relación con la vida es otra porque la muerte se nos ha hecho muy presente», dice. Para Marqués-Marcet la muerte (como el sueño) ha acabado por ser lo más revolucionario de un mundo sin revoluciones productivo. «Un amigo dice que dormir y morirse son las dos únicas actividades anticapitalistas posibles. Son lo menos productivo que hay», recuerda. Para Marqués-Marcet es preciso repensar la muerte y recuperar quizá el gesto antiguo de saberse mortal y, por ello, disponer en testamento el control de la propia muerte. «Pocas lecturas tan ilustrativas sobre el modo cómo ha cambiado nuestra relación con la muerte que ‘Historia de la muerte en Occidente‘, de Philippe Ariès», recomienda. Y mientras dice, recuerda y recomienda deja un deseo: «Lo peor es no poder hablar de las cosas».

La Seminci acaba de empezar como los niños se imaginan la muerte, con gran estruendo. Y ya no hay forma de imaginarse una mejor clausura.

Prensa24.es