La gran disputa de Buffon y Cuvier sobre si las especies pueden cambiar
Un enfrentamiento épico que marcó un hito en la historia de la ciencia
Las calles de París estaban vibrantes aquella tarde. La ciudad parecía bañada en oro bajo la luz cálida del atardecer y el bullicio resonaba como una sinfonía urbana: el rumor del Sena acariciando las orillas, los gritos de los vendedores en los mercados y el repiqueteo de los caballos sobre los adoquines. Era el París del siglo XIX, una capital imponente donde el arte, la ciencia y la historia se entrelazaban en cada esquina.
Entre la muchedumbre destacaban dos figuras singulares caminando próximas pero separadas por el Quai Voltaire. Georges Cuvier (1769-1832), con su traje oscuro impecable y un aire de precisión que casi podía palparse avanzaba con pasos firmes. A unos metros estaba Georges Buffon (1707-1788), envuelto en un abrigo de terciopelo y con una expresión de grandilocuencia natural, como si cada palabra que saliera de su boca estuviera destinada a la posteridad.
El narrador poético y el empírico riguroso
Buffon era un hombre de palabras, no solo de ciencia. En su monumental obra ‘Historie Naturelle’ pintó la naturaleza con un estilo literario y grandilocuente que encantaba a los lectores. Fue un golpe a los dogmas establecidos, afirmando que los animales podían cambiar con el tiempo bajo la influencia del clima y otros factores. En definitiva, era un adelantado a su época.
Con su elegante peluca y su postura aristocrática tuvo la osadía de sugerir que el mundo tenía muchos más años de los que la tradición bíblica afirmaba. Sin embargo, su método era cuestionado: Buffon era conocido por usar observaciones anecdóticas y especulativas. ¿Cómo medir el tamaño de un elefante en África desde un despacho parisino? Fácil, inventando un número aproximado.
En la otra esquina del ring estaba Georges Cuvier, el «padre de la anatomía comparada». Para Cuvier, la clave de la ciencia era la precisión y la evidencia palpable. Mientras Buffon pintaba la naturaleza como una sinfonía, Cuvier diseccionaba cadáveres de animales para comprender la estructura subyacente. Su enfoque más seco y empírico le granjeó, a partes iguales, respeto y enemigos.
El choque de visiones
La relación entre ambos científicos llegó a su punto álgido cuando Buffon hizo comentarios menospreciando a los naturalistas que, como Cuvier, pasaban días examinando huesos y restos fósiles. Cuvier contraatacó señalando los errores de Buffon y cuestionando su falta de rigor científico. Cada uno encontraba en el otro la encarnación de lo que despreciaba: Buffon veía a Cuvier como un técnico sin espíritu, mientras que Cuvier consideraba a Buffon un narrador con poca ciencia real a sus espaldas.
Un trueno retumba en la distancia, como si la propia naturaleza se pronunciara sobre la disputa. El viento de la historia sopla entre las páginas de sus libros esparciendo ideas que cambiarán el mundo. Los legados de estos científicos, aunque nunca cruzaron sus caminos en vida, se enfrentaron en la arena del conocimiento. De las cenizas de aquel duelo, siglos después, surgiría una nueva visión: la evolución, la síntesis de lo que ambos, en su eterna batalla, dejaron como herencia.
El legado de dos gigantes
Y es que, pese a su rivalidad, la contribución de ambos fue clave para el avance de la biología. Buffon nos enseñó a mirar la naturaleza con admiración y curiosidad, mientras que Cuvier estableció bases científicas más sólidas para estudiarla. Juntos -aunque no exactamente unidos- moldearon el rumbo del pensamiento biológico.